¿SOY HOMÓFOBO, XENÓFOBO O RACISTA?

Confieso que en ocasiones tengo dudas sobre ciertos pensamientos o comportamientos míos. Yo estoy seguro de que no soy homófobo, no siento en absoluto antipatía hacia las personas homosexuales, aunque, por otro lado, reconozco que me molestan las manifestaciones públicas sobre la sexualidad y no entiendo bien eso de los “orgullos”, de cualquier tipo. No sé, creo que tengo una cierta animadversión, pero es hacia el comportamiento social, que considero extravagante, no hacia la condición sexual de las personas.

Tampoco considero padecer xenofobia, es más, lo que me produce cierto rechazo es la palabra “extranjero”. Creo firmemente que somos ciudadanos de un mundo cada vez más abierto y que los sentimientos patrios solo son buenos por aquello de hacernos sentirnos parte de un grupo más reconocible y cercano, pero nada más.

Por otro lado, me siento igual de cómodo conviviendo con personas de otras razas, por lo que no me considero en absoluto racista. No, claramente soy defensor del respeto universal y efectivo de todos los derechos humanos y de las libertades fundamentales de todos, sin distinción por motivos de raza, sexo, idioma o religión.

Pese a los avances contra la discriminación racial y otras formas de intolerancia, reconozco que aún queda un largo camino por recorrer porque todos nacemos libres e iguales en dignidad en derechos y todos tenemos la misma capacidad de contribuir de forma constructiva al desarrollo y bienestar de la sociedad.

Ahora, este es precisamente el punto en el que, mis ideas y pensamientos me regatean y hacen dudar, en ocasiones, de las reflexiones anteriores y para ello me voy a centrar en lo que veo que sucede en España.

El número de extranjeros en España es de 5.375.917 a jun 2021 y no creo en las afirmaciones que algunas veces escuchamos: “Nos quitan el trabajo”, “son delincuentes”, hay de todo, como en la viña del señor y, además, la entrada de personas jóvenes, con vocación de trabajar y procrear es bueno para cubrir algunas de nuestras necesidades futuras relacionadas con el crecimiento de la población y las pensiones.

Pero creo que con respecto a los migrantes hay algunos problemas serios, siendo el primero de ellos, el que nuestra manera de tratar a los migrantes es reactivo, es decir, acogemos a los que vienen, en ocasiones lícitamente y otras, en patera, saltando verjas o cualquier otro medio ilícito de perforación de nuestras fronteras. Es decir, no hay una política de migración selectiva, ni claramente definida al estilo del que practicaron y practican, por ejemplo, Canadá o Australia, las cuales no siempre han sido realmente generosas como se tiende a suponer.

Nuestro papa Francisco afirma en su encíclica Fratelli Tutti que “Tanto desde algunos regímenes políticos populistas como desde planteamientos económicos liberales, se sostiene que hay que evitar a toda costa la llegada de personas migrantes……” . Yo creo que no va de eso, ni de propugnar lo contrario, una fraternidad abierta y sin límites. Cada país/comunidad podrá acoger a un número de migrantes determinado sin generar desequilibrios internos que finalmente perjudican a todos.

En este sentido, nuestra querida U.E. tiene una gran asignatura pendiente (una más) y considero que en su seno debería determinarse el número de personas que podemos acoger (con las compensaciones internas adecuadas). Pero, en todo caso, sea cual sea el número de migrantes, después hay que ver cómo gestionamos eso, y ese es precisamente el objeto de mi reflexión.

Estoy convencido que la clave para una buena gestión de las migraciones es conseguir una real y efectiva inserción en las respectivas sociedades que los acogen. Hoy en España tenemos un marco legal que no ayuda precisamente a la inserción de los mismos, es más, lo dificulta y, lo que es peor, termina generando desigualdades y malestar en la población que se convierte en odio hacia el extranjero.

Si, como es mi caso, uno piensa que para la convivencia es importante el sentido de nación, que es importante el cumplimiento de las leyes y normas que nos hemos dado para que la sociedad funcione bien, tenemos que tener claro que todos los ciudadanos tenemos una serie de derechos y tenemos otras obligaciones que cumplir.

Cualquiera que quiera buscar los derechos de los migrantes lo podrá encontrar sin problemas, desde las grandes declaraciones de la ONU, hasta las páginas oficiales del gobierno pasando por la miríada de ONG’s, y eso está bien. ¿pero y qué pasa por las obligaciones de los migrantes?

Se supone que son personas que han venido a nuestro país, más o menos voluntariamente, y que, en general, desean asentarse aquí. ¿Acaso no sería razonable, a cambio de darles una cobertura inicial, exigirles algunas cositas, como el aprendizaje de nuestro idioma, el conocimiento de nuestras leyes y normas básicas, y el compromiso del respeto de nuestros valores.?

Porque hoy en día se está permitiendo que muchos migrantes se aprovechen de unos “principios” más desarrollados que en los países de origen y de un “buenismo” de nuestros políticos, incapaces de arriesgarse a quedar mal ante la opinión pública o bien incapaces de gestionar adecuadamente estas situaciones.

Pedo la “integración” de los extranjeros es una carretera con dos direcciones, en la que, por un lado, deben estar los medios del Estado para fomentar y exigir la integración de quienes vienen a España y de otro lado, debe existir la voluntad y la vocación de los extranjeros en incorporarse plenamente a nuestro País.

Hoy tenemos una administración burócrata, pesada en la gestión de los migrantes y con “cero” controles en la gestión de la picaresca. En mi caso particular, por cinco veces he intentado que personas de otras nacionalidades (por aquello de aportar mi granito de arena) trabajaran en mi casa dentro de la legalidad, es decir, dadas de alta en la seguridad social, con un salario digno y acogidos al convenio colectivo correspondiente.

En todas, he obtenido la negativa de las personas porque entonces perdían la subvención de la Comunidad, o de la Cruz Roja o del Ayuntamiento, o de……..vaya usted a saber. Hoy hay muchas, muchas familias de migrantes a las que no les interesa integrarse en los engranajes oficiales porque fiscalmente viven mucho mejor y dejan mayor renta disponible para enviar dinero a sus países de origen, que es el objetivo de la mayoría de ellos.

También conozco de primera mano, bastantes casos en los que esta situación ha sido denunciada a los trabajadores sociales y nos han dicho que, bueno, que hay que entender, pobrecitos, …. Y alguno que se ha sincerado más, nos indica que tienen instrucciones de no levantar polémica con estos temas.

Los miles de millones de euros que gastamos cada año, en subvenciones directas o a través de las ONG’s (la inmensa mayoría sin control institucional y, por supuesto, sin que exista una rendición de cuentas), han generado una picaresca, una “cultura” de la subvención que no solo NO ayuda a la integración, sino que genera un agravio comparativo en muchos casos con los nacionales que si que participan (aunque sea coercitivamente) en las obligaciones fiscales.

Pero esta es una parte de la fiesta en la falta de integración, pero ¿qué ocurre cuando además no hay voluntad de integración?, qué pasa con muchos marroquíes, o rumanos que conozco que, después de más de 10 años de vivir en España, en economía sumergida, apenas se manejan en nuestro idioma, no se integran en nuestra sociedad, pero que exigen sus derechos como si fueran aportadores netos a la sociedad. ¿Qué ocurre con el colectivo de los gitanos que, mayoritaria y sistemáticamente quieren vivir al margen de la sociedad, pero que exigen también “sus derechos” y subvenciones eludiendo sus obligaciones.?

Según información del Banco de España, el importe de las remesas de dinero que los migrantes enviaron a sus países de origen un total de 8.364 millones de euros en 2020, y si tenemos en cuenta que los migrantes tienen normalmente una tasa de empleo más baja y por tanto cotizan menos, se junta el hambre con las ganas de comer, una menor entrada de riqueza con una salida notable de fondos.

En general no solo son más pobres que los nacionales, sino que su situación se perpetúa en el tiempo, por lo que lo único que estamos consiguiendo generar es el “gueto de los extranjeros”, foco importante de economía sumergida y un tratamiento poco igualitario respecto a los nacionales que, como hemos dicho, aunque sea coercitivamente, contribuye en mayor medida a los costes sociales.

Y dejo constancia de que hoy estamos hablando de migración y grupos marginales, pero lo mismo rezaría para los “profesionales del paro”, es decir, a los puñeteros vagos nacionales que se han acostumbrados a vivir de la sopa boba, a costa del esfuerzo del resto de los españoles y que nuestro gobierno prodiga de forma generosa.

Tanto para unos como para otros yo les diría: ¿Usted tiene una necesidad?, bien porque ha tenido que migrar, bien porque se ha quedado en el desempleo, pues el resto de los ciudadanos, no se preocupe porque a través del Estado, le ayudamos, sin reservas. Ahora bien, ¿no sería razonable tener normas de mayor exigencia?, en ese caso, le ponemos un plazo y una serie de normas que tiene que cumplir para “compensar” esa ayuda que te damos y que, en todo caso, debería tener un horizonte temporal.

Hoy tenemos millones de hectáreas de bosque sin limpiar, muchos ancianos a los que cuidar, muchas calles que limpiar, mucha burocracia por desahogar,…. Se puede prestar mucha ayuda social a cambio de la cobertura que les prestamos.

Tiene gracia que cuando comento con amigos de estos temas estamos todos más o menos de acuerdo, pero qué difícil es encontrar manifestaciones públicas al respecto, porque nuestros políticos han infantilizado la sociedad, generando unos sujetos que exigen cada vez más de la vida pero que no están dispuestos a asumir el coste (de distinto tipo) que ello supone.

El discurso político se simplifica, se limita a meras consignas, sencillas estampas y la gestión no tiene la consistencia ni complejidad que correspondería a un tema de este calado. Pues nada, sigamos la senda que nos exigen los gobernantes sobre lo políticamente correcto, tópicos, y una imagen de “progre”, que ya no se muy bien qué es, porque se supone que eso éramos los jóvenes de la última etapa del franquismo y los primeros tiempos de la democracia.

Ahora ser “progre” debería ser una respuesta ante las injusticias y desigualdades, algo que, dudo mucho estemos consiguiendo.

José García Cortés

      10-10-21

3 comentarios sobre “¿SOY HOMÓFOBO, XENÓFOBO O RACISTA?

  1. Totalmente de acuerdo. Un abrazo.

    *De:* Políticamente Incorrecto *Enviado el:* domingo, 10 de octubre de 2021 20:49 *Para:* luismiguel@pfsgroup.es *Asunto:* [New post] ¿SOY HOMÓFOBO, XENÓFOBO O RACISTA?

    josehuntergarcia posted: » Confieso que en ocasiones tengo dudas sobre ciertos pensamientos o comportamientos míos. Yo estoy seguro de que no soy homófobo, no siento en absoluto antipatía hacia las personas homosexuales, aunque, por otro lado, reconozco que me molestan las manifes»

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  2. Hoy te ha salido un artículo especialmente bueno. Enhorabuena.

    __________________________________ José Corral Lope *www.supervivenciayaltruismo.org/es/ * *www.supervivenciayaltruismo.org/en/ *

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