RESPUESTA PROPORCIONADA

Nuestro Código Penal dice que se está exento de responsabilidad a quien actúe en defensa propia o de otros siempre que la agresión sea ilegítima, que haya una necesidad racional del medio empleado para impedir o repeler la agresión y haya falta de provocación suficiente por parte del que se defiende.

Al parecer, proporcionalidad no se trata de una simetría exacta de armas (cuchillo contra cuchillo, pistola contra pistola), lo importante es la “necesidad racional” y que el medio que uses sea razonable y necesario para detener la agresión. Lo que no se admite es usar una fuerza claramente desproporcionada cuando ya no existe peligro real.

En este sentido, el de la proporcionalidad, llevamos tiempo escuchando a la opinión pública internacional sobre la respuesta “desproporcionada” de Israel para acabar con la banda terrorista de Hamás y en este sentido he consultado el principio de proporcionalidad en el derecho internacional. Y éste se recoge en el Derecho Internacional Humanitario (DIH), especialmente en los Convenios de Ginebra y sus Protocolos y que no significa que las partes en conflicto tengan que usar la misma fuerza (no es un duelo equilibrado), sino que el daño causado a civiles y bienes civiles no puede ser excesivo en relación con la ventaja militar concreta y directa que se espera obtener.

Pero, en ningún sitio he encontrado qué se considera “excesivo”. El Derecho Internacional Humanitario (DIH) nunca fija un número “aceptable” de muertos civiles ya que el criterio es cualitativo y contextual, no cuantitativo.

La ONU y ONG humanitarias (HRW, Amnistía, CICR) hablan de “excesivo” cuando se usan armas de gran alcance en zonas densamente pobladas o bien no hay pruebas de precauciones reales (avisos, horarios, rutas de evacuación) o que el patrón de ataques muestra destrucción indiscriminada más que neutralización de objetivos militares específicos.

Israel: argumenta que responde a ataques terroristas (como los de Hamás) y que tiene derecho a defender a su población, mientras que las críticas internacionales se centran en que la magnitud de los bombardeos, los miles de muertos civiles y la destrucción masiva exceden lo que sería “proporcional” a los objetivos militares perseguidos.

El debate es, por tanto, que, para Israel, proporcionalidad supone usar la fuerza necesaria para neutralizar a Hamás, aunque eso implique daños colaterales, mientras que para los críticos (ONU, ONG, juristas), proporcionalidad es evitar daños civiles excesivos; y consideran que Israel los sobrepasa.

En derecho internacional, “proporcionalidad” no significa simetría (piedras contra piedras, cohetes contra cohetes), significa que la fuerza empleada debe estar justificada por el objetivo militar inmediato y no causar daños desmesurados a la población civil.

La gran pregunta —y durísima— es que en la guerra urbana no existe una forma “mágica” de eliminar a Hamás con cero víctimas civiles. El Derecho Internacional Humanitario (DIH) exige minimizar el daño a civiles, no garantiza que sea nulo. Aun así, hay vías concretas para reducir al mínimo ese daño mientras se degrada a una organización que se oculta entre población:

Pero ¿Qué se puede hacer (y qué suele funcionar mejor)?

  1. Utilizar drones, satélite, SIGINT/HUMINT) para localizar mandos y arsenales cuando están separados de civiles.
  2. Realizar operaciones quirúrgicas en lugar de bombardeo masivo (túneles, centros de mando) frente a ataques aéreos amplios.
  3. Utilizar munición de bajo rendimiento y ángulos de tiro muy restrictivos; preferir armas guiadas y cargas “a medida”.
  4. Realizar avisos específicos con tiempo suficiente y rutas seguras verificadas.
  5. Cercar barrios por sectores, registrar casa por casa con reglas de enfrentamiento estrictas, y abrir zonas seguras con servicios básicos para evitar retornos prematuros.
  6. Desconexión selectiva (finanzas, combustible, cadenas de suministro de cohetes) sin cortar indiscriminadamente recursos vitales a toda la población.

Y, al parecer, eso sí lo está haciendo Israel, quien afirma que sus operaciones se basan en inteligencia detallada (drones, satélites, escuchas), que avisa a la población con panfletos, SMS o llamadas antes de bombardear y que su objetivo militar es Hamás, no la población civil.

En términos de Derecho Internacional Humanitario (DIH), la duda (y el punto de crítica) es si está optimizando su uso para reducir al máximo el daño civil o si, por razones estratégicas y de presión militar, está aceptando niveles de daño colateral que el DIH considera excesivos.

Hamás comete acto ilícito al usar escudos humanos y emplazar medios en áreas civiles, aunque, como es lógico. eso no libera al atacante de sus obligaciones: debe seguir distinguiendo y “proporcionalizando” y, muy importante, la fuerza atacante debe demostrar que cada ataque busca ventaja militar concreta y directa, y que las precauciones factibles se adoptaron (elección de arma, momento, ángulo, avisos, evacuación).

Y este punto, que es un aspecto crucial del conflicto: la guerra de narrativas. Hamás busca presentarse como “resistencia legítima” frente a un Estado opresor y está demostrando ser muy hábil en exhibir con gran eficacia el sufrimiento civil palestino (imágenes de niños heridos, destrucción de barrios, funerales). En definitiva, usa este relato para obtener apoyo regional e internacional, aunque explota de forma cínica el hecho de ocultarse entre civiles.

Por su parte, Israel: centra su discurso oficial en la seguridad nacional y la “guerra contra el terrorismo”. Muchas veces comunica en términos militares o técnicos, poco comprensibles para la opinión pública internacional. Su política de control estricto de información militar limita la visibilidad de sus esfuerzos en minimizar víctimas (cuando los hay).

Esto deja espacio para que el relato de Hamás tenga mayor impacto emocional sabiendo que la opinión pública internacional suele reaccionar más a las imágenes de víctimas que a las explicaciones estratégicas. En un mundo hiperconectado, las fotos y vídeos de destrucción en Gaza circulan mucho más que las justificaciones militares de Israel, resultando que, aunque Israel pueda tener argumentos jurídicos o de seguridad, pierde en el terreno de la percepción.

La batalla del relato es casi tan decisiva como la militar y hoy resulta que Hamás maximiza el impacto emocional para reforzar su legitimidad política mientras que Israel, aunque tecnológicamente superior, pierde en comunicación al no conectar con la empatía global y al restringir mucho la información.

Sinceramente, sigo sin ver claro a qué llama todo el mundo “respuesta proporcionada” o que el número de víctimas sea “excesivo”. Igual tendría que preguntar al pueblo ucraniano al respecto.

No sé cuándo acabará esto, y ojalá sea muy pronto, porque es terrorífico lo que está sucediendo, pero de momento se me ocurre que Israel contrate los servicios de nuestro querido Pedro Sánchez, que es en lo único en lo que ha demostrado ser un maestro: en el manejo del relato.

José García Cortés

         7-9-25

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