Escribir, pensar sobre la vida, sobre lo que es, sobre su alcance, su naturaleza y su objetivo, es una cuestión atractiva, compleja e… interminable.
En estas notas se mantiene el respeto a las convicciones y creencias del lector. Se plantean enfoques que persiguen provocar la reflexión y el análisis sobre el concepto de la vida y se plantea una hipótesis algo aventurada: la vida es un estado de energía, sometido a las mismas reglas que regulan el universo.
Pensar en nuestra situación vital, nuestra naturaleza viva me recuerda las clases de filosofía en bachiller, allá por 1970. Nuestro profesor preguntó en clase algo que nos dejó desconcertados. Era un profesor anómalo, porque no hacia exámenes memorísticos, sino que planteaba cuestiones que requerían respuestas reflexivas, exigían pensar mucho. Terrible, según decían mis compañeros. A mi me encantaba.
Aquel día llego y nos expuso que estar vivos significa naturalmente vivir experiencias, conocer, aprender y… cometer errores. En un sentido abstracto, pensando en estos errores, nos preguntó que creíamos mejor: no nacer, sin posibilidad pues de cometer errores, o nacer, sabiendo que los íbamos a cometer. Todo ello analizando nuestra naturaleza como tendente a la perfección, sea cual sea nuestra esencia real.
Nadie contestó nada. Yo, con la imprudencia del que no sabe, levante la mano y me preguntó. Mi respuesta fue que, para evitar cometer errores o equivocaciones, y teniendo en mente la necesidad de ser lo más perfectos posible, era mejor no nacer.
Su explicación fue para mi tan impactante que es de las anécdotas que recuerdo de mis clases con gran nitidez. Es mejor estar vivos, aun cometiendo errores. Es más perfecto. Porque, me decía, la vida es una cualidad que añade valor esencial a un ser, comparándolo con un no nacido, algo o alguien que no ha nacido.
Nuestra educación, desde que aprendemos a conocer el mundo que nos rodea, incluye una idea común en prácticamente todas las culturas: existe un ser superior, una fuerza creadora que es la fuente de vida para todos los seres. Es el creador de la fuerza vital que nos dio la vida.
Es una idea enraizada en nuestro interior, en el interior de la mayoría de las personas creyentes. Es una convicción. Nos aporta la confianza en la existencia de un poder superior responsable del orden, del equilibrio. Nos ayuda con algo imposible de describir: la fe.
El análisis de un origen de la vida distinto al que hemos asumido es llegar muy lejos. Se trataría de considerar posible que existen mecanismos y fuerzas que implican a la composición más esencial de la materia. Que involucran a los estados de energía de las partículas que constituyen los elementos básicos del núcleo y de sus electrones orbitales.
Llegados a este punto, desde la perspectiva de la fe, es lógico pensar que se trata de una propuesta poco fiable. Asimismo, se trataría de comprender nuestra existencia desde otro punto de vista. Sería incluir una comprensión distinta de los propósitos y objetivos. Sería entender lo que ocurre con nosotros, con todo lo vivo, de otra manera.
Podemos incorporar en nuestro pequeño análisis otras opciones sobre el origen de la vida. Incluir un orden que regula los estados energéticos de la materia. Está claro que existe un orden que se impone a las galaxias más grandes y también al universo mas pequeño: los quarks y otras subpartículas. En su búsqueda por identificar lo más pequeño la materia/energía, los investigadores encontraron el famoso Bosón de Higgs… aun así los físicos de partículas están cada vez más convencidos de que lo esencial parece ser algo mas allá de unas partículas: los estados de la energía. ¿Podría ser que sea este el origen de la vida?.
En estas líneas se plantea considerar la posibilidad de este enfoque.
Atribuimos la cualidad de “vivo” utilizando nuestra capacidad de análisis y clasificación de todo lo que nos rodea. Naturalmente, nosotros lo hacemos así, como seres humanos que somos. Por poner algún ejemplo, nuestra idea de lo vivo o de la vida permite diferenciar una estructura rocosa de una bacteria o una gacela.
De acuerdo con ese planteamiento, atribuimos cualidades a lo vivo: los seres vivos son capaces de reproducirse, con mayor o menor autonomía o dependencia sobre otros, perpetuando asi su estirpe o especie. En este orden de cosas, la naturaleza rocosa que caracteriza un acantilado o la materia oscura que existe en el universo, serían en si mismas no vivas: inertes (sin vida, en una de sus definiciones).
Es interesante comprender, desde un punto de vista objetivo, que cualquier clasificación que hagamos para adjetivar de “vivo” algo, es necesariamente dependiente de nuestra capacidad para observar, diferenciar e identificar peculiaridades y, juntamente con nuestras herramientas tecnológicas, confirmar esa calificación.
Si estudiamos la “conducta” de los distintos seres vivos, vemos que tienen parámetros de una enorme diversidad. Todos, sin embargo, parecen tener la cualidad de reproducirse. Esta y otras que nuestra ciencia llega a utilizar para clasificar y afirmar diferenciar lo vivo, es todo lo que tenemos.
Sin embargo, en nuestro análisis se pueden incluir hipótesis diferentes. Eso implica desmenuzar nuestra idea de “vida”. ¿Es posible que exista vida distinta a lo meramente biológico? Nosotros, los “vivos” creemos que la vida se manifiesta de distintos modos, pero, ¿estamos en condiciones de decir que la supervivencia es aquella que nosotros conocemos y detectamos? Podemos asumir la evidencia del final del funcionamiento de los sistemas biológicos: lo que llamamos muerte.
Fin de la primera parte
Raul Ramos de la Plaza
12-5-24