Cuando tenía 9 años, mis padres me enviaron a vivir con mis tíos de Wisconsin. Éramos dos hermanos en una familia de pocos medios. No entendí – como me ocurre con frecuencia- las razones de aquel viaje. Luego sí lo supe.
Vivía en una casa que lindaba con el bosque. En aquel lugar, con frecuencia de noche, había unas tormentas tremendas, con relámpagos y truenos. Mi habitación hacia esquina en la casa, y tenía un ventanal continuo por toda la pared. Cuando oía el primer trueno en la noche, me levantaba y, de pie en la ventana, observaba con admiración la luz de los relámpagos iluminar el bosque. Era un espectáculo extraordinario. En ocasiones, duraba horas. Me encanaba escuchar el repiqueteo de la lluvia contra las ventanas. Al final, terminaba de llover, escampaba, y volvía todo a su estado previo, como si nada.
Con el tiempo, en este viaje vital, he visto más tormentas, y siempre me han asombrado. Quien haya vivido esto en campo abierto o en el monte, sabe y conoce lo que es un escenario así. El poder del cielo, del planeta, manifestándose de esta manera. Te hacen respetar lo que ves. Se instaura una situación de tormenta.
También he conocido otras tormentas. Quizá no tan manifiestas a los ojos de todos. Las tormentas vitales, los truenos en la intimidad del corazón. Es difícil de saber que le ocurre a quien las vive. Si conoces bien a alguien, te das cuenta. He visto estas tempestades en mis amigos, en conocidos. Estas tormentas son distintas a los truenos y relámpagos del cielo. Son, sin embargo, sobrecogedoras cuando ves las consecuencias personales.
Hay ahora una situación en el planeta, que podemos calificar de alarmante. La agencia meteorológica de la ONU (Organización Meteorológica Mundial OMM) ha expresado la situación de este modo: la situación del globo deja de ser de calentamiento global. Ahora entramos en “el mundo en ebullición” (SIC).
Viendo lo alterados que estamos muchos de los seres humanos, parece como si hubiera contagiado el planeta su agitación a la especie humana. Quienes saben mucho, dicen que las personas siempre hemos tenido conductas y sociedades que, por etapas, viven épocas convulsas.
En estos tiempos tan dinámicos y cambiantes, aprendemos y experimentamos más cosas, avanzamos como personas y, en definitiva, contribuimos a que nosotros mismos y todo lo que nos rodea sea mejor.
Al igual que en las tormentas en el mar, la luz de un faro nos ayuda a encontrar el cobijo del puerto, hay personas cuyo ejemplo, ideas y palabras representan ese haz de luz brillando en la fuerza del llover y viento que nos abruma en esta navegación vitales.
Una de esas personas ha escrito cosas del estilo de que es mejor ser altruistas, y que nuestra supervivencia como especie lo será rompiendo la regla de la competencia atroz entre nosotros y que debemos “supervivir amando”.
En uno de sus textos incluye la definición de altruismo:
“En el caso del término altruismo, el DRAE dice: “Diligencia en procurar el bien ajeno aún a costa del propio”
Es este un concepto fundamental: la diferencia entre lo ajeno y lo propio. Aquí interesa reflexionar sobre el origen que, en nuestra mente, en nuestro madurar como niños, de esa idea: la comprensión y convicción de nuestra identidad, de nuestra individualidad.
Nuestro aprendizaje nos incluye multitud de referencias que nos permiten fijar e identificar que o, mejor dicho, quienes somos en el numeroso devenir de nuestras experiencias e interacción con todo el universo de cosas y sucesos que nos rodea. De los 18 meses a los dos años ocurre en fenómeno o etapa del espejo: un niño se da cuenta de que quien ve en el espejo es el mismo. Se considera que esta fase es muy importante para la construcción de su identidad.
Por lo tanto, desde entonces, nos movemos en la interacción con nuestro medio desde el sistema de coordenadas que define nuestra persona, nuestra identidad, nuestra forma de ser.
Se trata de la construcción de la identidad en el mundo mental. Según sea más o menos afortunada esa construcción, resistirá mejor o peor las tormentas de esta carrera vital.
Pero, ¿Eso es exactamente así en todos los sentidos? ¿Acaso hay más aspectos que definan lo que somos que aquellos que caracterizan los pensamientos? ¿Es posible que en nosotros encontremos elementos que “escapen” a ese marco puramente mental?
Podemos hacer una hipótesis: además de lo que pensamos, también experimentamos sentimientos, emociones y sensaciones que trascienden lo limitado de lo que pensamos. De hecho, hay pensamientos que se traducen en algo que “va más allá” de lo meramente pensado y que, en sí mismos, no son puros pensamientos. También podemos ver más cosas: la imaginación, la alegría, la satisfacción que nos embriaga en algunos momentos…no son pensamientos.
En este guion tan simple estoy llevando al lector a una propuesta: considere que su realidad no se limita a lo que piensa … y que incluye también lo que siente. Esto, en el fondo, nos damos cuenta de que es así. Solo que nos olvidamos por vivir de modo continuo la experiencia de la interacción o relación entre lo que creemos ser individualmente y el universo que nos rodea.
Hablando del universo, en este mundo de convicciones donde necesitamos las certezas para todo, he sabido que los astrónomos han encontrado una estrella especial. Es más vieja que la edad del universo. Es decir, no puede estar realmente ahí, dado el cálculo realizado para la edad de todo el universo y considerando que esa estrella es más vieja.
Le han puesto un nombre singular: Estrella Matusalén. Está en curso la revisión del concepto de origen del universo (Big Bang y cuando ocurrió. Esa revisión inevitable y necesaria, revisión que también podríamos hacer (cautelarmente), en general, sobre nuestras certezas. Revisar implica analizar y cuestionar, lo cual es ciertamente incomodo. La travesía es posiblemente tormentosa. Conduce, posiblemente, a la mejora.
Desde un punto de vista trascendente, podemos suponer que más allá de lo que pensamos, somos más de que lo que creemos. Somos algo que escapa a los límites de lo que pensamos.
Escritos como el de nuestro amigo, hablando del altruismo, nos recuerda ese algo más que somos. Nos recuerda que existen otras posibilidades sobre lo que nos define y de comprender con otras perspectivas nuestra experiencia vital.
La esencia del altruismo seria comprender que no existe un “yo mismo” distinto “del otro”. Seria recordar que somos más que un ser individual pensante. Será necesario abandonar esa llamada zona de confort en la que está todo colocado en nuestro esquema mental y realizar un intento de cambio.
Es cierto que algunos colectivos humanos no dan/damos señales de conducirse de manera altruista. Es cierto que nuestra historia como especie muestra épocas de crisis de convivencia, agresiones bélicas, terribles y devastadoras guerras. Sin embargo, si miramos al futuro pensando y sintiendo de otra manera, construiremos colectivamente una tendencia, una fuerza colectiva hacia un modo mejor de conducirnos entre nosotros y, necesariamente, hacia una mejor manera de tratar al planeta en que vivimos. Utilicemos esa herramienta – nuestros pensamientos – incluyendo ese objetivo.
Gracias, amigo, por tu propuesta. Gracias por recordarnos Lo que somos.
Raúl Ramos de la Plaza
24-9-23